Recordando volver a amarme
Todos, al nacer: no nos odiábamos, repudiábamos, ignorábamos nuestra esencia, sentíamos miedos e inseguridades... eso lo vamos aprendiendo con diferentes vivencias.
El proceso de recuperar la autoestima es más o menos largo, depende del deterioro sufrido.
A medida que bajábamos acallábamos nuestra conciencia.
Nos auto justificábamos las decisiones tomadas.
El proceso comienza en la primera infancia y en la activación del ego.
Ante una carencia o maltrato reaccionábamos instintivamente protegiéndonos.
No es malo protegerse, lo que nos perjudica es protegernos dañando a otros.
Acabamos creando una película de protección que nos aisló del dolor que provocábamos.
Bajar mucho nos condena a sentir placer... pero también a no sentirnos felices.
La serenidad brilla por su ausencia.
Nuestros estados emocionales están desbocados .... van del sumun del placer al sumun de la angustia, son desespero y repudio de uno mismo.
Como no podemos sentirnos felices, por más placer momentáneo que nos procuremos... instintivamente lo buscamos como al agua el sediento.
Y poco a poco vamos comprendiendo que: dañar para no ser dañados, utilizar para no ser utilizados, mentir para conseguir lo que no merecemos, someter para sentirnos fuertes... sencillamente no funciona.
Perdimos antaño nuestra inocencia... y la añoramos. El mundo era mucho más luminoso, con alegrías sinceras.
Y esta añoranza y malestar son los que van abriéndose paso. Así logramos remontar.
El tiempo que tardemos en lograrlo no cuenta, en el camino de la Vida. Eso si, a más tardanza más sufrimiento.
Podemos quedar atrapados por vidas, pero siempre acabamos remontando.
Para recordar volver ha amarnos hemos de reconocer que lo habíamos olvidado... y que este olvido nos daño y daño a otros.
No fue a posta, fustigarse no sirve de nada. Fue miedo e ignorancia.
Nuestro olvido fue, es y será... por más que se dilate en el tiempo, momentáneo.
Volver a amarnos es reencontrarnos. Cada paso que damos nos regenera, nos limpia el alma... nos aporta más serenidad y felicidad.
Nuestra conciencia se manifiesta en dos grados.
La primera, la que utilizamos en nuestro día a día, puede ser acallada con una anestesia quirúrgica, con drogas alucinógenas o con la negación de nosotros mismos. La única que quita totalmente el dolor y desconecta todos nuestros sentidos es la quirúrgica.
La segunda es la que no puede ser desconectada por ningún medio, es nuestra esencia, alma, espíritu.... o como quieras llamarla.
Desconectada no... pero si ignorada. Con la excepción de: cuando experimentamos una ECM experiencia cercana a la muerte.
Quienes, y son millones y a lo largo de toda la historia y civilizaciones, la experimentan... nos cuentan que esta segunda conciencia a estado activa todo el tiempo en que cuerpo y mente estaban completamente parados, es más, nunca se habían sentido tan plenamente conscientes.
Al volver a activar cuerpo y mente no son las mismas personas. Elevan su espiritualidad, dejan de temer a la muerte, se aman y aman a los demás plenamente, dejan de lado los valores mundanos... ya no los encuentran atractivos, y los dos grados de conciencia se fusionan.
Cuando meditamos también podemos llegar a experimentarla.
Meditar es sencillo, basta con centrarse completamente en algo.
Tanto lo hacemos cuando quedamos extasiados ante un paisaje sublime... como cuando nos desesperamos buscando la solución a un problema que nos angustia.
Se trata de focalizar toda nuestra atención, todos nuestros recursos en algo... un libro, por ejemplo.
Una vez concentrada nuestra atención, si la focalizamos en sentir y no en padecer, podemos llegar a nuestra verdadera conciencia.
Llamamos Antahkarana al punto de unión del primer grado de conciencia con el segundo. Los místicos lo simbolizan como un pasillo que los conecta. El paso del Antahkarana.
Cuando, por muy diferentes causas.... espontáneas o buscadas, se logra cruzar este umbral, nunca se olvida.
Es la constatación , es el recordar, es el ya no dudar... de que nuestro cuerpo y mente son herramientas a nuestro servicio.
Somos pura energía manifestándose.
Somos eternos y omnipresentes.
Somos una conciencia infinita manifestada en todo.
Si, ir recordando volvernos a amar es algo sublime, maravilloso, gratificante... cada vez que nos elevamos un poquito, suspiramos y sonreímos instintivamente, soltamos lastre.
Solo, cuando recordamos nuestra esencia, podemos gozar plenamente de ésta realidad.
No somos sus prisioneros, somos sus creadores.
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